En todos hay un escritor. Por más escondido que este se encuentre. Algunas veces se manifiesta y quiere ser la voz de muchas voces y la de uno mismo. Ser testigo y narrador de nuestra historia, amigo y enemigo de nuestros miedos y alegrías, tratar a la realidad como una igual, subyugar lo indomable y liberar lo oprimido. Combatir la intolerancia en una guerra sin cuartel a palabra suelta. Desafiar a nuestra propia inteligencia y re-definir las reglas en las cuales se basa nuestra ya tan reestructurada sociedad. Pero lo más importante sea, tal vez, la indescriptible sensación que nos produce, el dibujar con nuestras palabras en la imaginación de otros.

Bienvenidos.

C.A.

miércoles, 21 de febrero de 2018

Lejos



Hace años que me despierto antes de que suene la alarma. Me irrita, me da un mal humor mínimo, que se disipa casi en seguida, se esfuma con otro sentimiento que conquista inclemente mi consciencia. La responsabilidad, el mandato de saltar de la cama, aprovechar eficazmente los minutos de los que dispongo y repararme y prepararme para enfrentar otro día. En automático, también, tanteo torpemente al costado de mi cama, hasta dar con el teléfono y hacerlo callar y levantarlo y mirarlo para comprobar que estuvo chillando con una melodía melosa durante 5 minutos. Lo observo como si lo viera por primera vez, todavía idiotizado por el sopor del sueño, abro whatsapp y le escribo:






No lo envío aún, creo que debería agregarle otro emoticón… que se dé cuenta que me desperté de buen humor… Sí, otro emoticón es siempre bueno.








Le clava el visto casi inmediatamente.






-Ella también está de buen humor.

A mis hijas hay que despertarlas, la cama se nos pega durante la adolescencia.
Las llamo por video, insisto, hasta que me atienden las dos. Cancelan el video inmediatamente, la coquetería no les permite que las vea así, recién despiertas. Recuerdo cuando eran pequeñas, sin tanta demanda.
Por suerte seleccioné mi ropa la noche anterior, adquirí un metodismo estructurado como sin darme cuenta, indudablemente navego por la autopista que toman todos los maniáticos. Por ahora solo puedo decir que ser metódico y estructurado tiene sus pequeñas satisfacciones.
Abro nuevamente la aplicación mientras me lavo los dientes.











Uso nuevamente el video para llamar a mis hijas. Siguen en la cama, responde la menor y aplico el recurso de decirle que estamos súper tarde, adelanto los relojes 20 minutos. Me sorprende que esta treta funcione, a pesar de toda esa inteligencia y picardía que suelen ostentar, siempre caen en este simple truco. Dejan su teléfono transmitiendo y las veo saltar despavoridas al baño, aplicando maquillaje, para remarcar esa belleza de mujeres con pocos años de experiencia.
Estoy pronto, vestido, afeitado, peinado. Presto, para que el día me pase por arriba, con los reparos que se toman, con esas pequeñas vanidades que uno piensa lo diferencian de los otros, que somos todos.

La alerta de mi fono suena de nuevo, es ella, me escribe:












Dejo el aparato en la mesa, quiero responder y que no se mal interprete. Es cierto, la discusión fue desmedida, y discrepo con el uso del verbo “haber”, ella debería conjugarlo en forma reflexiva “haberte insultado”. El uso desmedido e impersonal de los verbos y artículos personales, me sulfura, creo que más que la discusión o los insultos en sí. El “nosotros” proverbial, “haber” en vez de “haberte”, “dijimos”, por “dije”.
Sostengo el celular y le respondo cordialmente, aunque sí, la molestia sigue ahí.









Lo recibe y lee casi en seguida, puedo verla teclear la respuesta, que llega casi de inmediato.







Seco y afirmativo. Detesto empezar el día así. Me condiciona al mal humor.

Le escribo enérgico a mis hijas:







Me arrepiento, pero ya es tarde, ya lo abrieron y leyeron, la agarrada de ayer y el simple “Ok” de su respuesta, hace que esta mañana se vuelva hostil, y no importa los emoticones que se envíen, hoy está todo mal, como ayer lo estaba.

La lluvia, me da la oportunidad para testear el ambiente, el cielo esta gris, cerrado, el agua cae monótona, les escribo:








Reciben mi texto, lo leen, pero no contestan, están molestas.  Odio esto, odio esta lejanía de la que todos parecemos aferrarnos. No las veo teclear, acrecentando con esto aún más la distancia.
 La calle está pesada, el tráfico no ayuda, no recibo ni un solo mensaje, ni siquiera un simple monosílabo. ¡Y sé que están en línea, las tres!
Hoy es un día como cualquiera, sin significancia, puede ser cualquier día, entre lunes y viernes, solo que hoy, tomo la decisión de romper con este ridículo manejo de la comunicación.
Faltan dos calles para el destino, miro por el retrovisor y remuevo mi manos-libres. Suelto el volante por unos segundos y oprimo el botón de apagado del aparato, hace unos destellos en su pantalla y se vuelve completamente negra.
Miro hacia adelante, ultimo semáforo en rojo, respiro profundo y trato de recordar la última vez que apagué el teléfono, mi estómago me hace sentir que la calma no está ahí, tal vez exista pero esté en otro lado, no en mi vientre. Pienso si la razón de que seamos cada vez más lejanos no estará ligada a ese pequeño botón al costado de cada uno de esos aparatos que sostenemos en nuestras manos.
Detengo el auto y activo bloqueo central, me quedo sentado en mi butaca, mirando un punto fijo más allá del parabrisas. El tiempo no llega a recorrer diez de sus segundos, cuando el teclear frenético de las botones virtuales empiezan sonar como un desfile de cucarachas sobre cartón seco.
-Que tengan buen día- digo, sin sacar mis ojos del punto en el que se habían fijado.
 Repito mi deseo, esta vez, mirándolas a los ojos, una a una y destrabando las puertas -Que tengan buen día-
No responden, sieguen ensimismadas en sus aparatos, el auto sigue detenido.
Entonces, al fin, se rompe el silencio, su voz responde a mi derecha – Buen día para vos también.
Las puertas de atrás se abren y las voces con un tono de sorna casi insolente dicen al unísono
-Para vos también papá-


Me detengo en un semáforo y veo a las personas del auto que el azar puso junto al mío, en esta dinámica espantosa a la cual nos hemos adaptado, con los ojos fijos en la pantalla de 5 pulgadas, repiqueteando los pulgares en el cristal. Sustituyendo emociones por emoticones, gritos por mayúsculas, palabras enteras por acrónimos, a nosotros mismos por este “yo”, que se mal interpreta y es mal interpretado.








1 comentario:

Unknown dijo...

diferente a lo de siempre. me gustó.
Alí