En todos hay un escritor. Por más escondido que este se encuentre. Algunas veces se manifiesta y quiere ser la voz de muchas voces y la de uno mismo. Ser testigo y narrador de nuestra historia, amigo y enemigo de nuestros miedos y alegrías, tratar a la realidad como una igual, subyugar lo indomable y liberar lo oprimido. Combatir la intolerancia en una guerra sin cuartel a palabra suelta. Desafiar a nuestra propia inteligencia y re-definir las reglas en las cuales se basa nuestra ya tan reestructurada sociedad. Pero lo más importante sea, tal vez, la indescriptible sensación que nos produce, el dibujar con nuestras palabras en la imaginación de otros.

Bienvenidos.

C.A.

viernes, 12 de enero de 2018

SUdestadas




San José De Carrasco. Julio 19 1995, miércoles.


¡Qué frío de mierda! Y no es una reflexión, está gélido, más el viento, sur, inclemente ¡hijo de puta!
Quería escuchar estos tangos, y las ráfagas cortan el sonido, es casi incomprensible. El walkman que me regalaste, cuando querías que escuchara tangos. Cuando sabías que me gustaban, esos mismos tangos que crecí escuchando en clarín, con mi abuelo… Pobre viejo… que sé yo por qué, pero hoy se me ocurre, sí, que era un pobre viejo. Siempre creyó, o nos quería hacer creer, que la familia era todo. Esa unión frágil y mentirosa, basada en el amor incondicional, en traiciones de pacotilla, en anécdotas institucionalizadas.
Una vez, cuando estaba en las últimas, me dijo que la familia era como una manzana con un gusano adentro. Nunca sabríamos cual sería la mordida que nos dejaría con gusto a podrido. Se terminó él mismo, un par de semanas después, encerrado en su cuarto, la cabeza abierta por la 38 que le prestó aquel viejo amigo suyo… ”El Tito”…creo que así se llamaba. El legado informativo que dejó, su “Señor Juez”, era magro y a la vez tan explicativo. “Non resisto piu il dolore”
No lo resistía más, pero no sus caderas deformadas, no su ojo ciego, sus dedos sin fuerza, su mandíbula temblorosa. No, no resistió más el desencanto de mirar por una ventana que eternamente estuvo tapiada por una pared, pero que él, siempre pensó se trataba de la vista más hermosa que este mundo tenía para ofrecerle. Le llevó 78 años mirar para otro lado y descubrir lo embusteros que habían sido sus propios ojos.
No lo conociste casi, cuando apareciste en mi vida, él ya estaba enfermo, empezaba a ser la sombra esa que fue durante sus últimos largos años. Mientras que los médicos llamaban demencia senil y Parkinson a lo que se comía sus fibras, yo era incapaz de entender bien a que se referían. Imaginaba su cabeza perdiendo la batalla de la razón, día a día, desflecándose a lo bandera olvidada al sol a merced del viento. Seguramente fue en uno de esos paréntesis, donde por momentos se reconocía en medio de la tormenta, enhebrando en sus dedos el arma del Tito, hilvanando que un tiro lo salvaba, no solo de los médicos, sino también de ese despertar que lo enfermó. “No resisto más el dolor”
Era una noche de esas que las ventanas soplan finito, el viento, como el de hoy, la playa rabiosa, rugía desde el mar, gritaba… como hoy.
Lo encontramos después del mediodía, es que ya no lo visitábamos tanto. Me hubiera gustado no haberlo encontrado nunca, desearía que el recuerdo fuera otro.
Por algún mecanismo macabro, el lóbulo temporal se cincela a martillazos esas últimas visiones de la gente que no vamos a ver más, y al mismo tiempo, le pasa un trapo a las memorias previas que podamos tener. Como esas borradas mal hechas sobre los pizarrones. Todo no se va, pero hay que adivinarlo, se vuelve una resbalada de recuerdos difusos, donde el único lugar que aparece nítido y claro es esa última imagen, en este caso, el viejo tirado sobre su derecha, con una caverna al costado de su arco superciliar, la mandíbula baja y cagándose en la simetría, las manos, con esos dedos flacos, rígidas, frías al beso que les di. Glaciales como esa noche del 19 de agosto, como hoy, de sudestada.
Deprimo el botón de play y casi no escucho el casete, la arena de los médanos me azota la cara, apenas salgo de la protección del humedal. Subo la pendiente salpicada de juncos, dándole paso a las penumbras de esta noche, las luces del club tintinean penosamente, reflejadas en las partículas cristalinas que componen esta mezcla de sílice y piedra molida, volátil.
Esta playa, cuantas veces nos divertimos, sinceramente, diversión, bajando a zancadas estas mismas dunas… con los nenes.
Los nenes… Es imposible, explicar el dolor, es inimaginable, inútil, cualquier atisbo de expresión para referirse a los sentimientos que producen en un ser humano el ser removido de la vida de sus hijos.
El vacío mismo es algo, increíble, palpable, en comparación con la no existencia en la vida de estos dos seres. Cada día de sus días estuve ahí e, irónicamente, no quise ser padre, no lo precisaba, no lo ansiaba. Pero qué alegría infinita descubrí al tenerlos entre nosotros. Por primera vez el mundo giraba con algún sentido, como si tuviera que tenerlo por fuerza, debería encontrarlo a costa de cualquier cosa, por ellos, por mí, en ese momento valía algo.
Primero vino Manuel, casi sin esfuerzo, lindo, un parto de tribuna y palco, de mirarlo, con el sentimiento continuo de que nada saldría mal. Aplausos y alegría, primer hijo, primer nieto, primer guiñada de costado, de la vida que parece decir, te doy esto, que no es tuyo y que nunca lo será, no te lo mereces y bien sabes porque.
Victoria llegó distinto, llegó con esfuerzo, a los ponchazos. El cordón trató de ahorcarla, traidor, ladino. Su función era transportar alimento, pero como siempre, la infamia está en todos los órdenes de este universo. Redoblando las complicaciones, la placenta colapsó, no pudo resistir la escena, no tuvo la fuerza necesaria para acunarla sin mayores complicaciones. Fueron horas, días, años de lucha, que empezaron con la primer bocanada de aire y que aun ahora prosigue. Cuanto orgullo me da verla pelear, sin ni siquiera darse cuenta que lo hace.
Los primeros pasos, de los dos, esas andadas, Manuel se largó un día que yo llegaba de trabajar, soltó la mesa ratona y se vino hasta mí, riendo, soltó el mueble como soltaría tantas otras cosas, sin miedo aparente, alegre, mirando a los ojos sin temor a equivocarse y empezar de nuevo… no como ahora…esa puta lobreguez.
Victoria, dio sus pasos, como todo lo que esa personita da. Desinteresada, histriónica, fantasiosa, sus pies bailaban en un escenario que existe siempre donde ella se mueve. De un árbol a otro, deteniéndose a bailar con la música imaginaria que suena en su cabeza, siguiendo con los ojos a esos animalitos que ella llamaba “Marilolas”. Distraída de la realidad, pero concentrada en la brillante luz de la fantasía.
Así, de a pasos, un pie atrás del otro, el tiempo se va, sin mirarnos, sigue empecinado en su marcha indefectible. Nos regaló momentos, veranos e inviernos, y si algo me llevo a donde sea que tenga que ir, serán siempre, las tardes de playa, jugar en el agua, armar túneles y castillos, correr para entrar en calor, cargarlos a ellos y a los pertrechos para que solo me cansara yo, que ya estaba cansado.

No sé cómo ni por qué, pero el oleaje brama, se derrumba, cayendo en sus sonidos para levantarse otra vez. Está frío el contacto con el arenal, apenas puedo distinguir, entre las sombras, donde termina la tierra y donde empieza el líquido que este viento, también hace volar.
Me recuesto en la cara castigada de la duna, la que recibe el azote de todo lo que el clima le tira. ¿Cómo mierda hago para encender un pucho? Nunca pude fumar, por más fuerza que hice para adquirir el vicio. Pero hoy quiero, hoy lo siento como una especie de pincelada que faltaría a un cuadro que yo no voy a pintar.
Tal vez fue eso lo que el viejo no pudo resistir, el darse cuenta que la mentira termina dominando lo que uno pensaba que era real. ¿Será que lo real es la mentira, que armamos un mundo sin patas, donde actuamos según deseos e inquietudes nos lleven?
Deseos… esos que pensé eran horribles, desviados, obscenos. Asco de mi persona, en el simple reflejo del espejo, en intimidades. Suprimirse, esconderse, amurarlo en algún lugar de mi cabeza que nadie más que yo conozco y, aun así, tratar de olvidar donde es. ¿Cómo explicar entonces mi poca atracción a tu sexo? No al tuyo en particular, ojalá fuera solo eso… porque sería más fácil de comprender. ¿Al menos a vos te sería más fácil de entender? Sinceramente no sé. No sé, si tenés alguna capacidad de entendimiento, ese monstruo en el que te fuiste convirtiendo, que suda desidia, escupe veneno y secreta mierda, grita disconformidad ante una ofensa que crees, te da el derecho de matar y revindicar tu propia falta de humanidad. Ese bicho que no es otra cosa que ignorancia, odio, estupidez y carencias.
Te criaron a trompadas y desprecios, abandonos y abusos, homofobia… ¿Qué podría pedirte? ¿Esperar?
En el menosprecio de nuestra vida, te acostumbraste a esquivar la saliva de tu propia escupida que, obedeciendo a la gravedad, volvía en caída libre sobre tu cara.
No puedo ser injusto, en esto no, hoy no puedo ni lo seré. Presumo que aun haciendo lo mejor de vos, dando un esfuerzo milagroso y sobre humano, no hubieras podido cambiar absolutamente nada. Algo así como querer escapar de la guillotina en el momento que el verdugo acciona la palanca. Realmente desde tu lugar, pequeño y limitado por tu propio contexto, solo podías hacer lo que hiciste. Aun sin creer en el destino, vos fuiste la pieza que se precisaba, nada más.
Y me enamoré, y me descubrí, me sentí escuchado, apreciado… admirado. Que palabra. “Admirado” Siempre pensé que pertenecía a otras esferas de seres.  No a la gente como yo, yo estaba designado para admirar… a otros.
El en cambio, me leía, me decía que la felicidad es un cuenta-gotas que llega muy rápido a quedarse sin líquido. Me veía inteligente, astuto, buena persona… todo eso, yo.
Y no pude, después de que la moneda llega al fondo de la máquina que la traga, no hay vuelta atrás.
Perdí virginidades con 40 años, amé y me sentí amado por primera vez. Te lo dije, no sé bien de qué forma. Hoy creo que, en la tempestad de enfrentar todas esas cosas, lo hice de la peor manera. Entre llantos y voces incomprensibles. ¿Te amaba sabés? No de la manera en que vos definís el amor, pero lo hice. Con todo… incluso, contra todo mi ser.

Me prohibiste a los nenes, me empezaste a eliminar, no los veo hace 1 año…

El viento ya no viene en rachas, es constante, como un “la” sostenido. El oleaje parece llamarme, como cuando de botija se me había dado por el surfing… antes de todo, antes de mí mismo. Cuanto placer me daba saber que podía hacerlo, que podía ser diferente, que el frio no me acobardaba, ni la corriente, ni la tormenta. Contrariamente en ese caos, encontraba la paz que no parecía dejarse ver en ningún otro lugar. Las primeras aventuras de mi vida, en uno de esos fogones que se armaban en la playa, después de salir del agua, te conocí a vos y en la confusión enorme que la sociedad nos imponía, mi sexualidad se ovilló por muchos años, sin entender que mi atracción siempre había sido dirigida a mi compañero de olas, de campamentos… pero estaba mal, eso estaba podrido, equivocado, y empezamos a armar una vida sin saberlo, sin, creo yo, estar conscientes de que lo hacíamos a fuerza de pura inmadurez, inexperiencia e ignorancia, eso sí, con mucho amor…que cotejándolo hoy, en perspectiva, pesaba más que las estructuras que se habían diseñado para sostenerlo.


Las 4 de la mañana, te odio con toda mi fuerza, con todo lo que tengo para odiar, que por suerte y a diferencia de los seres despreciables como vos, es mucho menos de lo que tengo para amar.
Cierro los ojos y veo sus caras, riendo conmigo, jugando sobre la alfombra de color azul, en el cuarto de Manuel. Tomando el té con Victoria y sus amigas del jardín, mirando una película alquilada en el videoclub que está pegado al supermercado.
¡Hija de puta! La peor de las agonías, espero que te caiga, por el resto del tiempo que puedas respirar.

Él, me dejó después, cuando mi depresión empezó a galopar sobre mi cabeza.
- ¡Un ápice de humanidad! ¡Mis hijos… no los veo! -  Imploré huecamente, a sabiendas de lo inalcanzable de mi suplica.
No le podía pedir mucho más, así como yo, él no sacrificaría su felicidad por otra persona. Mi estado era inaguantable. En el intento de salir, arrastraba todo a mi remolino de tristeza. Como los que, al no dar pie en el mar, buscan aferrarse a lo que sea, en su encabrite desesperado a manotazos de vida, inútiles.
Tu denuncia por manutención impaga llego hace dos meses, el detalle fundamental, es que hace tres que perdí el laburo en la Hellman´s. “No estas apto para conducirte en un ambiente laboral con el profesionalismo que la compañía requiere” me dijeron, y así, llegaron a su fin mis quince años laborales. Sinceramente es tan poco lo que me importa hoy…

Fue un inverno, en la mitad de Julio, mi amigo y yo bajamos a la playa en medio de un vendaval que quebraba al mar sobre los médanos, las olas crecían casi a dos metros y medio sobre el nivel del líquido que nos rodea. El muerto estaba recostado sobre esta misma duna, nos acercamos, la lengua hinchada y violeta, el pucho apretado en su mano derecha, dura… fría, parecía que estaba muerto mucho antes de estarlo… sus ojos estaban fijos en el mar. Había paz en su rostro, solo que daba la impresión de haber tenido, olvido.
Llamamos a la policía y me quedé ahí hasta que llegaron con la frialdad que deben tener.
La interrogante de saber por qué, siempre rasca la garganta, pero no había nadie a quien preguntarle y muchas explicaciones no dejó. Se lo llevaron atrás de una camioneta blanca, envuelto en un par de bolsas negras. Era cliente de la misma despensa, en donde a veces comprábamos nosotros cuando la vagancia nos ganaba para no ir hasta el supermercado. Nada más, solo una cuerda colgando del sobrante de un tronco de tamariz.
Hoy estoy yo acá y, por esa dinámica que tiene el tiempo en estos parajes, el paisaje sigue igual, la inclinación del médano, tal vez, haya variado unos grados, pero nada se mueve, nada cambia sustancialmente. Parecería que todos por aquí, tuviéramos un complejo de perennidad, talmente los objetos de un cuadro, nos esforzamos por parecer estáticos y dejamos que el tiempo discurra sobre nosotros para volver a repetirse en algún momento.
En estas palabras está mi explicación, mi renuncia a todo, en estas hojas, apretadas, existe la denuncia de mi último acto de egoísmo, mi atenuante, mi resultado del exámen de sangre, emitido y rubricado, por salud púbica, constatando que tengo HIV, que está despierto, que no hay suerte… en realidad, no de esa suerte, solo la otra, la que uno no quiere tener, ni que le toque.
Entonces, apoyado sobre este respaldo de arena y cola de zorro, entre lágrimas, mirando al mar, apretando mi pucho, escuchando mis tangos, que no se sienten, me dejo caer con éstas hojas apretadas que no son nada, que nada explican…

                                                                                              ***

San José De Carrasco. Julio 20 1995, jueves.

El Atlántico Sur -durante los meses de invierno- nos regala puntualmente y a intervalos cortos, unas pequeñas tormentas, las cuales son denominadas “sudestadas”: vientos fríos que llegan desde las estepas de la pampa y demás sandeces que sin cansar repetían los meteorólogos.
Para la gente común y corriente que hace mucho abandonó las aulas educativas o simplemente jamás pasó por ellas, estos depravados vientos congelan el aire y cortan las primeras capas de piel… podrían venir de la pampa, como del mismo polo sur, importaba absolutamente nada. Lo mejor en estos días es prender la estufa, a leña, lo más temprano posible y, si en el peor de los casos tuviéramos la obligación de salir, cuanta más ropa pudiera distanciar nuestra piel de la gélida atmósfera reinante, mejor.
Unas de las consecuencias más temidas en estos vientos, es la disparatada rapidez con las que acrecientan el oleaje de la playa, invitándonos a ponerle parafina de invierno a las tablas.
Las dunas se convierten en un espectáculo asombroso, esas moles gigantescas de arena contienen los vientos, mientras la lluvia las pule, haciéndolas brillar con sus golpes de presión natural.
El mar rugía como solo él sabe hacerlo, construyendo cuerpos líquidos, rivales muy dignos de sus contra partidarios terrestres.
La eterna lucha de poderes entre océano y tierra.
El paisaje no resultaba extraño a esas horas de la mañana.
La marea elevadísima, le robaba 20 metros a la costa, arrimando el líquido casi hasta donde comenzaban los primeros médanos, formando un corredor abierto en el que la tempestad descargaba todos sus bríos.
Pese al insoportable castigo microscópico de millones de granos de arena reventándose contra la piel, la visión no era nula completamente.
En la lejanía, el objeto negro, llamó la atención súbita de los dos.
 -Con este frío insoportable me parece que el tipo ese, se escavió la vida- dije, esforzándome para discernir a esta distancia si el bulto que se veía a unos seiscientos metros era un ser humano, o tan solo una bolsa de basura más de las arrojadas con frecuencia por vecinos mugrientos; le pregunto a mi compañero - ¿Estás seguro que es un tipo?
-Sí, ¿no lo ves? Contestó molesto por mi incapacidad visual.
A medida que nos vamos acercando, las reconocidas formas de nuestra constitución física, dan por tierra con las teorías de la bolsa de residuos. -El hombre está sentado en las dunas mirando el mar…- comentó convencido.
-A las siete y media de la mañana de un día como este. ¿Dónde viste al enfermo?
- ¿Y nosotros? ¿No te diste cuenta la cara con que nos miraba la gente agolpada en las paradas de ómnibus, camino a su laburo?
-Igual, está lloviendo hielo y el viento parece que enfría de igual manera, ese está tan trastornado como nosotros.
La discusión se desvió hacia otros puntos más importantes; la intensidad de la corriente y el punto exacto donde deberíamos entrarle a esta masa liquida, sustituyendo al beodo madrugador de nuestra conversación.
El oleaje se movía rápidamente de oeste a este, de derecha a izquierda si nos parásemos frente al mar, o sentados en la falda de los médanos, como el tipo que, ahora tan solo nos miraba pasar, paralelos a la orilla.
Tuve que interrumpir la conversación - ¡Tiene una cuerda que le sale del cuello! -  dije, mientras que, por alguna causa, esto no me asombraba en absoluto. El viento le arrancaba hojas de papel de sus manos y las hacía volar caprichosamente.
- ¿Qué decís? - dijo mi compañero, viendo interrumpido su discurso sobre cómo, mediante la forma en que una de las clientas del almacén de su padre le pedía un alfajor, supuestamente, se le insinuaba en forma lujuriosa, esperando una respuesta e, iniciativa, de su amante-almacenero.
Desviándonos de nuestra ruta habitual, corríamos como desaforados hacia el médano donde el aspirante a occiso, nos esperaba para la confirmación oficial de su estado.
La piel de su cara ya se resquebrajaba por el frío; su mirada vacía, el maxilar inferior, desencajado apenas hacia un costado, sosteniendo una lengua exageradamente violeta.
El cuello estirado hacia atrás, no era necesario comprobar más nada, tan solo lo tanteamos como último recurso, nunca falta el enfermito de las bromas pesadas.
Lo curioso de la macabra escena, eran los audífonos de su walkman prendidos a sus orejas, sonando una melodía cínicamente adecuada: “…Con el pucho de la vida apretado entre los labios…”
Mi vista se fijó por breves segundos en la boca de lo que quedaba de este ser humano, apretando un cigarro con la fuerza que le daba la rigidez a esos labios entumecidos. Trepé al médano y observé hacia la zona civilizada. En todo el sentido de la frase: “Ni un alma”; las calles apenas comenzarían a despertar dentro de unas horas, los que debían cumplir con sus obligaciones laborales ya iban en camino, los demás, no abandonarían con un día como hoy, la calidez del hogar.
Giré y desde la elevación miré hacia el mar… para mis adentros pensé que esa había sido la imagen eterna que quedo registrada en la última memoria del suicida.
Si es que el paraíso fuera una realidad comprobable, mi edén personal no diferiría mucho con lo que enfrente de mis ojos estaba sucediendo. Oleaje, imponente, el cielo gris, el sonido imposible de imitar.
-Hay que llamar a la ley- dije y, sacándome a mí mismo de esa reflexión, me senté en la arena, bastante cerca del cuerpo.
Mi amigo emprendió la caminata a su casa, el teléfono se encargaría del resto.
Los tangos seguían sonando, metálicos, desde el auricular, los mismos tangos que escuchábamos con el abuelo, los que me enseñó a sentir desde la radio clarín. Lo extraño, siempre. Me irrita saber que lo único que queda es las cosas que no le dije, el recuerdo de la imagen petrificada de su cuerpo tirado, su cabeza atravesada de un tiro.
Llegó la camioneta blanca de la policía, y fríos como el día, se acercaron al cuerpo, cortaron la cuerda, en dos bolsas negras se lo envolvió y lo subieron a la caja de la pick up. A la izquierda de donde estaba recostado el hombre, un arbusto se aferraba de una hoja de papel, empapada, la liberé del ramaje y la sostuve en mi mano, mojada por la lluvia y ametrallada de pequeños agujeros. Lo único legible era una frase que se me hacía propia, protagonista, de muertes cercanas…

” No resisto más el dolor”

5 comentarios:

ferrarix dijo...

Gold. Muy bueno y filoso. Merece segunda lectura

Anónimo dijo...

muy interesante. saludos

Anónimo dijo...

creo que es lo mejor que he leido de lo tuyo claudio. muy bueno la verdad. saludos. JP de Roma

Anónimo dijo...

oscuro como de costumbre, pero muy sensible y conmovedor.

Anónimo dijo...

cuanta nostalgia. muy bueno